Octavio y Jocelyn se acababan de trasladar a un dúplex en un barrio de clases medias, donde la gente vivía sin asfixia, pero ajustando las cuentas a fin de mes. Cuando llegó la pareja comenzaron a despertar sospechas por su conducta esquiva y extraña. No se los veía salir de casa salvo a altas horas de la madrugada y siempre regresaban de noche, tanto juntos como en solitario. Conducían vehículos de alta gama y vestían a la moda, pero nadie sabía a qué se dedicaban ni tenía referencias sobre ellos. En el buzón solo aparecían sus nombres de pila sin apellidos.
Un día Octavio decidió pintar la fachada de la casa de color verde. Se cubrió con un mono con capucha, gafas y mascarilla. Armado con un rodillo telescópico transformó el amarillo de construcción por un estridente verde que contrastaba con todas las demás casas. A sus espaldas comenzó a moverse algo. Varios vecinos alertados por los demás comenzaron a agruparse frente a la casa del matrimonio sin que Octavio les prestase la mínima atención. Uno de los vecinos, de unos cincuenta años decidió hablar con él. Lo llamó varias veces sin obtener respuesta.
_Tal vez tenga auriculares puestos _dijo otro vecino.
_¡Pasemos a su casa y ya verás cómo responde! _dijo alguien con el ánimo exaltado.
_Calmémonos. Nadie va a cometer ninguna locura. Esperaremos hasta que se dé la vuelta y lo llamaremos con gestos.
Al cabo de lo que pareció una eternidad, Octavio terminó de pintar la casa. Fue cuando se giró y vio la turba agolpada frente a su casa. Ni siquiera les prestó atención hasta que comenzaron a levantar los brazos para llamarlo. Dio dos pasos hacia ellos sin despojarse de su armadura de pintor.
_Disculpe ¿puede escucharme? No puede cambiar el color de su casa sin consultar con la comunidad de vecinos. ¿Comprende? Tendrá que pintar de nuevo su casa. ¿Ha escuchado algo de lo que le estoy diciendo?
Sin mediar palabra se dio la vuelta y entro en casa.
Los vecinos comenzaron a alterarse y decidieron interponer una denuncia para calmar los ánimos de los más exaltados.
* * *
Los días pasaron sin que obtuvieran respuesta de los extraños vecinos ni de sus abogados. Hasta que un día apareció muerta una mujer soltera que vivía a escasos metros de la casa de Octavio y Jocelyn. Los rumores corrieron como la pólvora y todas las miradas, todos los dedos acusadores apuntaban a la casa Octavio. Los más prudentes decidieron denunciar como sospechoso a Octavio, los más osados querían formar patrullas vecinales.
Cuando los vecinos vieron a la policía acompañar a Octavio hasta un vehículo patrulla nadie se extrañó. Fue la primera vez que los vecinos pudieron ver su cara sin cubrir y a plena luz del día. Octavio era un tipo alto, de unos cuarenta y cinco años, pelo moreno engominado hacia atrás, nariz aguileña y una mirada lacerante que hacía estremecerse al cruzarse con ella.
En el interrogatorio con la policía se mostró igual de frío que con los vecinos, pero su testimonio era firme, sin contradicciones y con un evidente tono de reproche en su voz.
_¿Dónde estuvo el día diez entre las doce de la noche y las seis de la mañana?
_En mi negocio.
_¿A qué se dedica usted?
_Me dedico al negocio de la noche.
_¿Puede aclarar eso?
_Tengo un local nocturno.
_¿Un prostíbulo?
_Prefiero llamarlo local de alterne, donde los hombres van a conocer mujeres. Lo que hagan después es cosa suya.
_¿Cobra usted dinero por los servicios sexuales de esos hombres que menciona?
_Yo cobro por llenar el local de copas y el hostal donde quedan. Pero... ¿tiene esto algo que ver con el motivo de mi detención?
_Queremos comprobar su coartada.
_La mujer que vive con usted ¿trabaja en su local?
_Así es, pero ya no ejerce de... chica de... compañía. Ahora me ayuda a llevar el negocio.
El interrogatorio continuó durante varias horas. Descubrieron algunas irregularidades en la gestión de su negocio nocturno, pero su versión coincidía con la de Jocelyn y con la de todos los empleados del local y otros testigos. A las pocas horas Octavio salió en libertad sin cargos.
Cuando llegó a su casa se cruzó con varios vecinos que se apartaron a su paso.
* * *
Junto al cuerpo de la mujer asesinada habían encontrado restos biológicos que tras una minuciosa investigación lograron identificar como pertenecientes a un vecino que vivía junto a la mujer fenecida. Era un hombre de unos treinta años que había permanecido en un discreto plano cuando el vecindario se propuso escarmentar a Octavio.
* * *
Los vecinos comenzaron a saludar a Octavio como signo de arrepentimiento. Se dieron cuenta de que parecer sospechoso y ser culpable pueden ser dos aspectos que no coincidan en una misma persona. Por su parte, Octavio obedeció una decisión judicial que lo obligaba a devolver el color original a la fachada de su casa, cargando con todos los gastos. Además, también se dio cuenta de que no solo había que ser inocente sino además... parecerlo.
trovador de medianoche.
Espero tus comentarios, que tengas un agradable día.
Saludos.
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