ANIVERSARIO

Con gusto les comparto el siguiente testimonio:
“A pesar de que hacía horas desde el amanecer, no sentía ninguna motivación para despertar, levantarme y vivir. El pasado me atormentaba, el presente me abrumaba y el futuro me daba miedo.” Febrero, 2008.

Después del rompimiento con mi pareja el mundo se me vino encima. Había puesto demasiadas expectativas sobre la relación y estaba profundamente enamorada, así que sentí morir cuando, por circunstancias del destino, todo el castillo de hermosas historias que había construido se derrumbó y yo junto con él.
No lograba entender las inmensas emociones de desconcierto, tristeza, vacio y soledad que vivían en mi cuerpo; nada de lo que pasaba a mí alrededor era lo suficientemente importante como para sacarme de la depresión en la que me encontraba sumida. Los días pasaban entre llanto, sentimientos de culpa (Pues llegué a pensar que era responsable que la relación no funcionara), horas y horas tirada en cama sin ánimos para salir, bañarme o comer. No soportaba los días, a cada minuto deseaba que terminaran, que se me permitiera llegar a casa a dormir y olvidarme de todo. Los fines de semana eran terribles, llenos de soledad absoluta, no me sentía cómoda en casa pero tampoco me daban ganas de salir; ¿Salir? ¿Para qué? ¿A dónde? ¿Con quién? Creía que me había quedado sola, luchando contra mis demonios. Enfermé; mi cuerpo no pudo soportar la presión. No importó la cantidad de medicamentos que tomé ni las visitas a los doctores, la enfermedad no cedía. Me dolía el alma, y sentía que poco a poco mi espíritu se desvanecía. ¿Qué haré si ya nada me motiva? me preguntaba.
La crisis me estaba lapidando emocionalmente. Tuve que tocar fondo para descubrir que me estaba perdiendo.

Un día encontré por casualidad (aunque las casualidades no existen) un artículo de una revista que hablaba sobre la relación que existe entre el bienestar físico y emocional; inmediatamente, me sentí identificada con lo que explicaba la autora, tenía los mismos síntomas de una persona enferma emocional, pero lo más importante era que ofrecía la posibilidad de atender la enfermedad y curarla.
Fue el 17 de mayo cuando tuve mi primera sesión de terapia.
Al principio pensé que sería difícil colocarme frente a una perfecta desconocida y hablar sobre mis contrariedades, de mis emociones, mis sentimientos, pero afortunadamente no fue así. Desde el momento en que puse un pie en el lugar de trabajo de mi terapeuta sentí una tremenda paz, había entrado en un lugar donde no se me prohibía hablar sobre lo que me inquietaba, pero sobre todo, donde no se me juzgaba. El llanto afloró de manera natural y fue liberador, al final me sentí tranquila y en paz.
Cada semana acudía a sesiones de terapia grupal donde compartía con otros seres humanos que estaban viviendo emociones similares a las mías; una experiencia en verdad enriquecedora, liberadora, sanadora. Los martes eran para mí, los días en que aprendía cosas diferentes, pero sobre todo comenzaba a reconocerme y a estar conmigo.
Siempre digo que el proceso de mi terapia no fue sido sencillo; necesité voluntad y compromiso, conmigo, con nadie más, para realmente sentir la mejoría, el progreso. Ahora, estoy convencida de que las heridas emocionales se pueden curar, siempre y cuando se tenga la voluntad de hacerlo, es un acto personal. La mejor terapeuta puede intentar por todos los medios que sanes emocionalmente, pero si no estás convencido y comprometido por encontrarte, conocerte, amarte y superar el pasado, nunca sucederá.
He aprendido mucho a lo largo de este año y me he involucrado en la realización de actividades que jamás consideré para mi vida, pero que ahora me hacen sentir muy feliz: recibí mi primer masaje holístico que me permitió dormir como bebé, despertarme muy tarde (no por la depresión, sino simplemente porque me estaba dando oportunidad de descansar) y andar en pijama durante horas, disfrutando hasta el último rincón de mi hogar. Me inscribí en clases de baile para descubrir que tengo talento y ritmo. Las clases de yoga me relajaron e hicieron sentir a mi cuerpo diferente, flexible. Tomé un taller de reflexología y aprendí que mi cuerpo tiene la facultad de auto-curarse, y que soy capaz de dar y darme. Me permití conocer y compartir con nuevos amigos, formar un club de cine con alguien que me ha enseñado a ser niña otra vez. Practicar quiromancia y que me leyeran el café, pero sobre todo, la actividad más importante de todas ha sido amarme de manera incondicional.
De la mano de todas las actividades emprendidas llegó a mí la oportunidad de comenzar a realizar uno de los mis más grandes sueños: llegar a la gente a través de las letras, de mis anécdotas, de las fantásticas historias de mi imaginación.
Unas semanas atrás, recordé sin querer uno de mis momentos tristes, fue entonces que dije “¿Cómo fue que aguanté tanto? ¿Cómo fue que demoré tanto tiempo para darme cuenta que me estaba autodestruyendo? Definitivamente ahora estoy consciente de que el sufrimiento se puede enfrentar”.
EL camino recorrido ha sido largo, o al menos así lo he sentido, sin embargo, como una gran amiga me dijo, creo que ese camino recorrido ha sido sólo hacía la pista de aterrizaje, aún me falta volar.

“Cuando tropecé hacía el vacio descubrí que tenía alas, y volé.” Mayo 2009.

Gracias Lety, por ser mi amiga y mi terapeuta
Gracias Rudolph, mi grande amigo

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